2 de mayo de 2011

Combates épicos: William Barker.

Inicio con esta entrada una nueva sección del blog a la que llamaré Combates épicos. A lo largo de la Primera Guerra Mundial se dieron en el aire millares de combates, raro era el día en el que no trabasen lucha aviones de ambos bandos. Algunos de los ases del conflicto consiguieron la mayoría de sus victorias en un lapso de tiempo muy reducido con amplios momentos de sequía previos o posteriores. Esto nos demuestra que un piloto podía no haber tenido suerte en un año pero en cuestión de dos semanas ser reconocido as. Pero dentro de ese maremagnum de enfrentamientos en determinados momentos se produjeron combates que no pueden sino calificarse de épicos por verse un piloto enfrentado no ya al duro sino de la guerra en el aire tratando de derribar al enemigo y evitando ser derribado, sino inmerso en una lucha suicida en inferioridad de condiciones y con un pronóstico bastante negro.


El primero de estos combates épicos de los que quiero hablar tiene como protagonista al piloto canadiense William George Barker. Había nacido en 1894 en Dauphin, una pequeña población de la provincia de Manitoba, en una familia de granjeros. Baker era un apasionado de los caballos y del tiro con rifle, destacando en ambas disciplinas, lo que le hizo ganarse el pan como cazador primero y alistarse después en la milicia siendo incorporado al  32º de Caballería Lígera canadiense. Para cuando estalla la guerra es incluído en el 1º de Fusileros de la caballería canadiense en el seno de la Fuerza Expedicionaria que dicho país envió a Francia en apoyo británico. Barker había quedado impresionado por los aviones desde que contemplase exhibiciones aéreas en 1910 y 1914, con lo que una vez en el frente quiso probar suerte y al inicio de 1916 solicitó su traslado al Flying Corps, donde pasó el año como observador en biplazas RAF BE2 sirviendo en tres escuadrones distintos: el 9º, el 4º y el 15º. En verano protagonizó dos supuestos derribos de Roland CII que no pudieron ser confirmados y que, por tanto, no le fueron contabilizados como victorias. No obstante poco después se resarció parcialmente gracias a que localizó una formación alemana de 4.000 soldados organizando una contraofensiva en el Somme, acercándose a Beaumont-Hamel. Inmediatamente se pusieron a sobrevolar la zona y a notificar al mando en tierra la situación, gracias a lo cual la artillería aliada pudo repeler el peligroso ataque enemigo. Esta acción le valió la Cruz Militar, que le sería concedida un par de meses después, en enero de 1917. 

Precisamente el nuevo año le hace sentir la necesidad de dejar de ser observador y pasar a pilotar aviones. Por ello, Barker aprovecha una estancia en Inglaterra para asistir a clases de vuelo. No obstante, continuaba de servicio por lo que tuvo que alternar durante medio año su instrucción como piloto con la realización de misiones como observador en biplazas, tanto BE2 como también en RE8. En este periodo reclamó dos nuevos derribos enemigos que tampoco le fueron concedidos pero, como si se estuviese repitiendo el año anterior, una valerosa y arriesgada acción sobre las líneas enemigas en labores de observación para la artillería le valió su primera barra en la Cruz Militar.Finalmente sus esfuerzos tienen premio.Concluye el adiestramiento y se le ofrece puesto de piloto pudiendo elegir entre el escuadrón 28º de Camel y el 56º de SE5a. Barker lo tiene claro, adora los Sopwith y se decanta por el primero. No iba a ser mala elección a juzgar por las 46 victorias que iba a lograr a los mandos de un Camel entre octubre de ese año y septiembre de 1918. 

En noviembre el escuadrón es trasladado al frente italiano junto a otras tres para ayudar a Italia tras la derrota de Caporetto frente a los austriacos. Allí obtuvo el mando de la escuadrilla C del 28º y empezó a sumar victorias a buen ritmo, además de protagonizar algún suceso pintoresco como el que llevó a cabo el 25 de diciembre en compañía de otro Camel pilotado por el teniente Harold Hudson. Juntos atacaron el aeródromo de Motta destruyendo un hangar, dañando a cuatro aparatos en tierra y lanzando una pancarta con el texto Feliz Navidad. Como esto suponía la ruptura de la tradicional tregua no oficial que había estado existiendo cada año en época navideña, los austriacos montaron en colera organizaron un ataque contra el aeródromo de Istriana, pero Barker y sus compañeros del 28º despegaron para interceptarles y echaron a tierra media docena de aparatos atacantes. La casualidad hizo que regresando a la base se topase con una formación de bombarderos Gotha sin escolta. Barker se lanzó contra ellos ametrallando al que iba en cabeza. Rápidamente los bombarderos dieron media vuelta de regreso a territorio austriaco. Pasó las semanas siguientes aumentando su lista de victorias a costa de albatros y globos enemigos, pues Barker también destacó destruyendo aerostatos, de los que se anotó un total de 9. Lejos de las cifras de los grandes destructores de globos pero una cifra importante no obstante. Mención especial merece la jornada del 12 de febrero de 1918 en la que el piloto canadiense abatió nada menos que cinco globos. Dejando aparcado para un futuro el duelo con el as austriaco Frank Linke-Crawford en mayo, ya que me gustaría contar con una sección específica para duelos individuales entre ases, la experiencia italiana se saldó con un bagaje más que positivo. Esto le permitió conseguir la segunda mayor condecoración posible, la Orden del Servicio Distinguido, a la que al poco tiempo le ñadió una barra. Barker era por entonces, y por derecho propio, toda una leyenda a ambos lados del frente, siendo nombrado mando del escuadrón 136º que empleaba Bristol pero negándose él a abandonar su Camel, por lo que continuó pilotando su aparato preferido en la nueva unidad, licencias de as y por ser el jefe, claro está.

Y es entonces cuando llegamos al combate épico que protagonizó en octubre de 1918. Barker había sido requerido de vuelta a Inglaterra para ponerse al frente de una escuela de instrucción habida cuenta de la gran experiencia con la que contaba y que, sin duda, serviría a los reclutas. Esto a priori puede parecer absurdo ya que donde interesaba tenerlo era en el frente pero pensemos que 1918 ya no se dedican meses y meses a adiestrar pilotos. Reponer un avión era relativamente fácil pero sustituir a los pilotos abatidos estaba convirtiéndose en un problema. Por eso los reclutas apenas pasaban tiempo aprendiendo a volar y eran enviados rápidamente al frente, con lo que contar con la experiencia de ases como Barker en escuelas de adiestramiento suponía un plus. Antes de marcharse quiso probar en el frente francés el nuevo caza, el Sopwith Snipe. Amante del Camel como era, no pudo sino alabar la calidad y mejoras con las que contaba el nuevo aparato, con lo que se dedicó a probarlo durante varios días en los que no se topó con aviones enemigos. De haber sabido lo que le estaba por venir habría seguramente preferido encontrarse a los enemigos poco a poco en aquellos días.

Nos encontramos con Barker a los mandos de su Snipe un 27 de octubre de 1918 y en la zona boscosa de Mormal, al norte de Francia, en el sector canadiense. Quizás por acortar camino a su destino en línea recta se internó en territorio alemán. Al poco se dio cuenta de que un biplaza enemigo volaba cerca suyo, concretamente se trataba de un Rumpler C. No dudó y se lanzó a por él. Puede que producto de su autoconfianza por tantas victorias, por estar concentrado en acabar con el Rumpler C o por no calcular bien su posición, acabó derribando el aparato enemigo pero se topó con una gran formación de Fokker. Las fuentes difieren mucho al respecto de cuantos enemigos eran. Se sabe que formaban parte de los Jasta 24 y 44, pero mientras en unos documentos se mencionan hasta 60 aviones, lo que parece excesivo, en otros se reduce a entre 20 y 30 aparatos, que no obstante era una proporción bestial en contra del piloto canadiense. Tratñandose de cuatro enemigos ya puede suponer un reto imposible, enfrentarse a una veintena o más de aviones de combate cuya única meta es derribarte seguro que invitaba a cualquiera a salir de allí a toda velocidad. Pero Barker no era cualquiera. Se armó de valor y plantó cara a los Fokker. La cosa pintaba mal pero es que a las primeras de cambio uno de los Fokker se puso a su cola, ametralló el Snipe de Barker y le hirió en una pierna. Ahora seguía en enorme inferioridad numérica y se encontraba herido de gravedad. El Sopwith se revolvía en el cielo como una fiera que lucha por su supervivencia, rodeado por todas partes y con las trazadoras surcando los aires desde todas partes. Apenas había tiempo para fijar enemigos y lanzar alguna ráfaga pero Barker se las apañó para echar a tierra un Fokker. Nuevas ráfagas enemigas, virajes y giros cerrados. Un piloto alemán tiene suerte y alcanza de nuevo el Snipe hiriendo a Barker en su otra pierna. Este se rehace y apretando los dientes (supongo) busca algún objetivo y encuentra un Fokker a tiro, dispara y acierta, otr enemigo menos. Quedan demasiados y se obstinan en acabar con él. Barker pierde mucha sangre y nota como, poco a poco, las fuerzas le abandonan. Pero es un as y no puede permitir acabar así, venderá cara su vida. Maniobra febrilmente y, contra todo pronóstico, consigue disparar con efectividad contra un tercer Fokker hiriendo a su piloto y dejándolo fuera de combate. Los demás Fokker se quedan a la expectativa, la cara de sus pilotos debía ser todo un poema, mecla de asombro e incredulidad. Barker aprovecha la situación y encuentra un hueco por donde escapar, una rendija entre la maraña de enemigos. Pone rumbo a territorio aliado y los Fokker prescinden de perseguirle, a ver quien era el valiente que se atrevía... Gravemente herido en ambas piernas, con el Snipe tocado y agotado física y mentalmente, Barker es capaz de alcanzar suelo francés y realizar un aterrizaje de emergencia que acabó con su avión estrellado pero salvando la vida. Fue rescatado de entre los restos de su aparato y trasladado de urgencia al hospital de campaña.

Barker con William Bishop, el mayor as canadiense de la guerra.

 Su gesta le hizo ser merecedor de la mayor condecoración posible concedida por el imperio británico, la Curz Victoria, aunque se tuvo que retrasar la ceremonia varios meses hasta su recuperación pues no podía ni levantarse de la cama por culpa de las heridas recibidas en el combate. Si ya era todo un héroe su fama ascendió a las más altas cotas de gloria nacional en Canadá y en todo el bando aliado. Fue su último combate, sí, pero menudo combate. Barker fue el piloto canadiense más condecorado de la guerra, sumando a las mencionadas medallas la Cruz de Francia y varias condecoraciones italianas por sus acciones en dicho frente. Merece el honor y la fama que obtuvo por todas sus acciones en la Gran Guerra pero sin duda debemos destacar aquella jornada del 27 de octubre, aquel combate épico.

 

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